Comenzamos un nuevo adviento, que nos trae textos de un enorme simbolismo. Tanto y tan ajeno a nuestra cultura, que puede hacernos perder el foco de lo fundamental: la venida de Jesús propone un cambio, tan radical, en nosotros que nos hace desterrar nuestro ego miope; para acoger el mensaje de amor incondicional al otro. Supone, efectivamente, un cataclismo apocalíptico: dar por terminado nuestro viejo mundo centrado en el bienestar material y poner el centro en ser tacto, ojo, oído, olfato y gusto del Padre en nuestro entorno.
Abramos al máximo esos sentidos en estas próximas semanas. Abramos la puerta de nuestra casa y dejemos que el Espíritu sople y se lleve lo mediocre. Que nos abra al misterio de ese Dios arrebatador que nos muestra Jesús.
El adviento marca un cierre al tiempo litúrgico anterior y un nuevo comienzo. ¿Nos apuntamos a cerrar también nuestra mirada vieja, y la renovamos con la del niño que se nos anuncia? Solos no podremos hacerlo, pero con Dios… ¡Ah! Con Él a nuestro lado, todo se hace posible.
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