Es fascinante el empleo que hace Juan de la palabra permanecer: permanecemos en un sitio, permanecemos fieles a una idea, permanecemos en la
memoria, pero… ¿permanecer EN otra persona? Da la sensación, como ha
escrito ya algún pensador cristiano eminente, que para Juan la Trinidad la formaran el Padre, el Hijo y la Comunidad, nosotros mismos, unidos todos por y
en el Espíritu Santo.
El evangelista usa, para explicarlo, una imagen muy potente en el Israel de la época: la vid, que simbolizaba en las escrituras al propio pueblo israelita. Nosotros, discípulos, unidos así a Jesús, “permaneciendo” en él de forma inseparable como sarmientos que ya han sido limpios por la Palabra del propio Jesús, glorificaremos al Padre mediante nuestros frutos.
¿Nos ponemos a la tarea?
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