Allí donde hay un corazón ardiente, ahí está Dios en su misericordia que nos hace buscadores y nos impulsa a buscar la verdad de nuestra vida.
El pequeño Wang Fuman, con sus ocho años, movido por una gran inquietud, deja atrás cada día su casa de barro y paja donde vive con su abuela para acudir a su escuela china. La escasez de medios de que dispone hace que recorra, andando, los cuatro kilómetros y medio que le separan de su clase, y con ropa insuficiente para afrontar las inclemencias de un ambiente gélido que congela, con temperaturas que alcanzan los nueve grados bajo cero.
En el silencio construye su aventura diaria. Escucha el leve crujir de la nieve bajo sus pies, y siente él así su compañía, pasito a pasito, como una suave melodía en su camino de esperanza. Su esfuerzo se ve compensado por la llegada y la acogida del maestro, pero no sin consecuencias. El color de sus mejillas ha enrojecido por el intenso frio, sus manos sin guantes han quedado entumecidas y su abundante pelo negro se muestra de forma espectacular cubierto de blanca escarcha. Sin embargo sus ojos, también negros, reflejan con una mirada profunda y brillante ese anhelo ardiente interior que le impulsa a realizar esa gran aventura diaria lleno de esperanza.
Escucha, siente, mira ahora cómo tú eres conducido, a tu ritmo, si, solo al tuyo, por el camino de la vida. La intemperie nos rodea, el frío parece paralizarnos. Pueden ser dificultades externas (rechazos, risas en tu tesón,…) y también internas, de cicatrices aún abiertas.
Todo lo dejamos confiadamente en sus manos, pues el Espíritu nos conduce por la senda de Jesús. Y en ella está Jesús, que nos acoge y nos dice cada día:
"Ven y verás”
No hay comentarios:
Publicar un comentario