"La llevaré al desierto y hablaré a su corazón [...] y ella responderá allí como en los días de su juventud”, este es el mensaje de esperanza del profeta Oseas.
Jesús vuelve del Jordán lleno del Espíritu Santo y el Espíritu lo lleva al desierto. Experiencias de desolación y soledad que Jesús vivirá a lo largo de su vida y que culminarán con la cruz y la resurrección.
Movidos por el Espíritu de Dios, penetramos en nuestro desierto, donde experimentamos nuestros límites, heridas y debilidades.
Es el lugar del encuentro.
Vaciados de todo lo que nos hace lejanos a nosotros mismos, alcanzamos así nuestra más profunda interioridad para descubrir el misterio de nuestra existencia.
Nunca estamos solos, ni en los momentos de mayor crudeza de nuestra purificación. Nos dejamos mover por la fuerza del Espíritu, siempre mayor que nuestras inclinaciones a vivir desde lo mundano y, al dejarnos llevar, vamos caminando hacia nuestra plenitud de vida, guiados por María verdadero girasol de Dios.
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