Se conmueven nuestras entrañas al contemplar la misericordia y el amor de Dios que nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con Él: Este es nuestro destino eterno.
Nuestro caminar en la vida se culmina en el eterno abrazo del Padre.
Caminamos día a día, en la noche, con la esperanza del encuentro con Jesús, con el deseo de vivir en la Luz para volver a ser luz para otros.
La Luz verdadera es la que puede fortalecernos estando unidos como comunidad de Jesús.
Contemplar al Crucificado y dejarnos mirar con su mirada que nos trasciende.
Dios entregó a su Hijo. Jesús con los brazos abiertos, nos acoge, nos bendice, nos abraza y permanece con nosotros en nuestro titubeante caminar, sabiendo nuestra necesidad infinita de amor.
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