Jesús acude a la Sinagoga, como cualquier Sabbath, le rodean sus amigos, es un día normal, y después se va a casa de Simón y Andrés. Estamos ante una imagen cotidiana, familiar, y la reunión familiar va a continuar en casa.
Pero al llegar a casa, la suegra de Simón está enferma. La reunión ya no puede ser la misma. Para Jesús lo importante es que el mal no reine a su alrededor. Con toda delicadeza, se acerca, le coge la mano, y la levanta. La suegra de Simón recupera su dignidad y el mal ya no tiene sitio en la presencia de Jesús. Los ojos de Jesús, miran con amor, acogen con amor y sanan con amor.
El Sabbath puede continuar y la suegra de Simón recupera su actividad y ya está pendiente de los demás.
Cuando termina el Sabbath, al ponerse el sol, se corre la voz. La gente no tiene miedo de incumplir la Ley y se agolpan lo enfermos en su puerta. El mal le reconoce, y sabe que no tiene sitio donde está Jesús, que no libera de todo mal y de todo aquello que te lastra para seguirle.
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