El Señor sostiene mi vida. Lo que para nosotros nos parecería imposible se hace posible en Él.
Vivir en esta realidad nos cambia el sentido de la vida y su trascendencia: Es Cristo quien vive en mí. Nuestra vida ya se hace entonces Vida en Él.
Somos peregrinos hacia el corazón de Dios y de Él surgimos.
Nuestra tarea es descubrir, día a día, el camino de Jesús que se nos va revelando como latidos de nuestro propio corazón. Así podemos “llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita”. Entonces, nuestras relaciones están enlazadas entre nosotros y formamos parte de la familia de Dios.
Nadie está excluido.
Vivir con la mirada de Dios sobre cada uno de nosotros nos transforma y hace que las relaciones entre nosotros adquieran una dimensión trascendente desde la entrega de amor de Jesús, que nos señala el camino a la plenitud.
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