Nuestro Padre nos ofrece la viña que Él plantó... rodeó... cavó... construyó... y arrendó. Y después se ausentó. A nosotros nos dejó la misión de recoger los frutos y continuar la misión de ayudar a cada persona para ir a su encuentro. Este es el espíritu con el que comenzamos.
Sin embargo vamos a adentrarnos en la parábola en la que, por último, envió a su Hijo a recibir los frutos de la viña y… le echaron y… le mataron.
Momento de desolación. ¿Qué ocurrió en las entrañas del Padre cuando hasta a su Hijo, que tan amorosamente entregó, también mataron? Son los sentimientos que expresa el salmista: “Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría. ¡Pero eres tú, mi amigo y compañero, a quien me unía dulce intimidad; juntos íbamos… a la Casa del Señor!” Nos asemejamos así a Él en este dolor.
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